
La diferencia está en la sonrisa
El Día internacional de las personas con síndrome de Down se celebró ayer protagonizado por un manifiesto con el que el propio colectivo expresó su deseo de una mayor integración social. Sus autores cuentan las demandas
 	 Ellos  son  diferentes. Porque sonríen cuando no parece haber motivo para ello.  Porque luchan a pesar de que muy pocos consideran que puedan cambiar las  cosas. Porque son tozudos para encontrar trabajo cuando el mercado no  les ofrece expectativas y porque hacen planes de futuro cuando nadie ve  un futuro para ellos. 
Son distintos y su sonrisa es la que marca  la diferencia más allá de que parezca que la establece la genética, por  haberles dado un tercer compañero de viaje en el par de cromosomas  número 21 que les hace tener el trastorno conocido como síndrome de  Down. Pero sonríen, porque para ellos la vida merece la pena. Y porque  en una sociedad que ha olvidado reír, ellos siguen a pies juntillas la  filosofía del más famoso vagabundo interpretado por el genial Charles  Chaplin de que un día sin una sonrisa es un día perdido. Y aprovechan  cada uno al máximo.
Ayer lo hicieron todavía más. Porque era su  jornada y decidieron salir a la calle para recordar a la gente que son  diferentes, sí, pero muy capaces. Con su mejor arma que, al final, es la  que desarma al resto de la ciudadanía. Porque ellos ganan la guerra del  puedo con la del quiero y nadie puede resistirse a una sonrisa abierta y  una franqueza demoledora. Sin malicia, con cercanía y también  reivindicativa.
Por ello decidieron que el Día internacional de  las personas con síndrome de Down fuera este año aún más especial. Y han  trabajado desde hace meses en la asociación Isabel Orbe para que su voz  se oyera más que nunca. "Nos dimos cuenta de que los padres hablábamos  mucho y que no les dejábamos decir nada", comenta Josu Izuskiza,  presidente del grupo y padre de un chaval con síndrome de Down. "Por eso  les pedimos que escribieran lo que ellos querían y eso les costó un  poco más porque hablan mucho, pero escribir no les gusta tanto", sonríe.
De  estas ideas surgió el Manifiesto Down, una declaración de intenciones  que refleja las necesidades del colectivo contadas por los propios  afectados y que recuerda lo que piden a la sociedad: respeto,  aceptación, autonomía y leyes que defiendan sus derechos. "No queremos  que a este manifiesto le pase lo que a la mayoría: que se lea, aplauda y  luego nadie se acuerde", advierten los firmantes de la nota.
más que buenas intenciones  Porque ése era el principal temor, por ejemplo, de Aitor Cuesta. Que su  escrito se lo llevara el viento y las buenas intenciones se quedaran tan  sólo en eso. "Un manifiesto se olvida, así que pensé que se tenía que  hacer algo más", recuerda. Dicho y hecho. Poco a poco y con la  colaboración de todos se llegó a la conclusión de que pedir firmas de  adhesión al documento serviría para hacer una llamada de atención.
Y  para ello trabajaron, entre otros, Rubén Barbero, Esther Ariznabarreta,  Ana Pérez, Markel Herreros, Álvaro Martínez y el propio Aitor. "Yo  escribí que se tratara a las personas con respeto porque parece que hay  gente que no lo hace", solicita una activa Ana. Ella es una afortunada  porque lleva un año ganándose su puesto de trabajo como recepcionista en  la clínica La Esperanza. "También pedimos que se nos tenga en cuenta  para el trabajo, la ayuda de la familia, la sonrisa y el cariño",  explica elocuente.
Esther, representa esto último por todos sus  poros. Y la ilusión. El sueño de poder llegar a ser monitora de tiempo  libre. "¿Crees que lo conseguiré?", cuestiona constantemente. Ana le  toca el hombro y le asegura que sí. Con esfuerzo se logra todo y Esther  ya está aprendiendo a leer y escribir para llegar lejos. Por ello, su  colaboración en el manifiesto ha sido más gráfica. El dibujo del cartel  es suyo y refleja el trabajo de sus compañeros estos meses con un montón  de caras y nombres de quienes han participado. "Hago muchos dibujos, el  cartel es mío", presume orgullosa.
Esta semana ya tenía los  esquemas hechos sobre lo que debía llevar a cabo ayer y lo ejercía con  diligencia en la plaza de la Provincia. "Voy a vender camisetas y  pintxos", explicaba preparada antes de que la gente se paseara por el  lugar. A su alrededor un puesto informativo, venta de camisetas y pins y  el grupo La Habana animando la carpa con sus bailes de salsa. A la  tarde teatro y magia en el centro cívico Iparralde, donde además se leyó  el Manifiesto Down.
Por allí, un trío muy peligroso   formado por Markel, Álvaro y Aitor. "Estamos muy animados", reconocían. Y  es que habían trabajado duro para que todo saliera bien. Sobre todo,  Markel. "Al ver que esto salía adelante, nos movimos todos. Yo pedí que  se nos respete como somos. Somos distintos que ellos, pero podemos tener  amigos", reivindica este aficionado al TAU que sueña con ser monitor de  caballos.
Y es que para todos ellos la realización pasa, en gran  medida, por la inserción laboral. Álvaro, por ejemplo, trabaja en  Lehendakaritza y ha sido el encargado de conseguir la adhesión de  Ibarretxe. "Reparto el correo, pongo el agua, la leche, los periódicos  porque vienen luego todos los consejeros", explica este cocinillas  experto en elaborar fabulosos platos. Por su parte, Rubén también pasó  por la sede del Ejecutivo y ha estado trabajando como jardinero en  Escolapios y en el ToysRus aunque su sueño también pasa, como el de  Esther y muchos otros, por la asociación. "A mí me gustaría ser monitor  de tiempo libre. De momento, ahora estoy buscando trabajo", se ofrece  con una sonrisa. Mientras que una posibilidad laboral se abra también  para él, Aitor estudia en la escuela de hostelería de Gamarra para  llegar algún día a ser un buen cocinero. "Me gustaría. Sé que es muy  difícil, pero puedo conseguirlo", argumenta confiado.
En  definitiva, respeto, trabajo, autonomía y confianza en sus  posibilidades. Reivindicaciones que ayer contaron a los cuatro vientos  para que el resto de la sociedad supiera que hay que ir más allá de la  apariencia y comprobar las habilidades de todas las personas. Porque,  efectivamente, a veces ellos ganan la guerra del puedo con la del  quiero.
